Centenarios, las cosas que hemos visto

martes, 21 de abril de 2015
BARTOLOMÉ SANZ
BARTOLOMÉ SANZ

Bartolomé Sanz es doctor en Filología Inglesa.

Me encantan los centenarios. Celebrar un centenario  significa  sacar una bayeta y quitar el polvo acumulado sobre las tumbas de quienes apenas nos acordamos. Eso suponiendo que existan tumbas. Aquí, cuando vamos a buscar los huesos, sucede lo que con los de Cervantes estos meses pasados. En fin, no llegamos a apreciar el valor de los huesos. Y quien dice  los del autor del Quijote, también dice de los de Lope, Góngora y Quevedo. Un desastre de país por lo que se refiere a preservar  huesos ilustres que no sean los de los reyes.

Y resulta difícil de entender porque nuestro rey Felipe II, contemporáneo de Cervantes, era tan aficionado al tema que llegó a coleccionar más de siete mil reliquias, incluyendo cuerpos enteros, cabezas y extremidades. Este rey intercambiaba reliquias con otros reyes de su época con la misma frescura e inocencia que en mi niñez intercambiábamos cromos de fútbol en el patio de la escuela. Mucho interés en los huesos de fuera y poco en los de dentro. Paréntesis. Para un protestante una reliquia es una superchería como la copa de un pino, pero para un católico —y que nadie olvide que este es un país católico, aunque cada vez menos practicante— es un signo admirable de devoción. Este año creo que estará en Alcoi un brazo y una mano de San Jorge el día 23 de abril. Con lo de extraordinario que tienen el evento, eso no es nada comparado con los templos afortunados del orbe que poseen algún fragmento del Santo Prepucio. No se extrañen  por tanto que el reformista Calvino, también en el siglo XVI, se mofara irreverentemente sobre el tamaño del miembro de nuestro Señor,  que nunca se agotaba al recortarlo una y otra vez y repartirlo por todo el mundo.

A Cervantes y  a santa Teresa les toca este año. También a Frank Sinatra y a T.S. Eliot. A Virginia Woolf y Roland Barthes, de quien en los primeros años de Facultad mi generación leía Le degré zéro de l’ecriture. Al año que viene, otra vez  Cervantes, y Shakespeare. Paréntesis. Si los prebostes falleros me hicieran caso, la falla del Ayuntamiento de Valencia del año 2016 tendría que representar el enfrentamiento  de dos luchadores contrincantes de sumo letrado: Cervantes y Shakespeare. Una falla demasiado intelectual para los tiempos que corren, me temo. En Alemania, por cierto, ya están preparando el de Lutero para el 2017, pero los alemanes ya sabemos cómo son.

 

Volvamos a los huesos perdidos o no bien identificados. En Inglaterra han tenido dinero para cerciorarse de que son los huesos de Ricardo III, aquel rey Plantagenet que tuvo la desgracia de perder el caballo y el casco, cerrando el libro de actas medievales para dar paso al renacimiento inglés con los Tudor. Aquí  no tenemos dinero para eso, pero sí para todo tipo de actividades que se apartan de los principios morales, de modo que las palabras de Cicerón en las Catilinarias al referirse a esas martingalas continúan  plenamente vigentes: “O tempora, o mores” (en los que no había corrupción). ¿Qué le hubiera costado a Rato, por ejemplo, decir: “Eso lo pago yo” y pasar tranquilamente a la posteridad antes de sufrir su viacrucis presente? ¡Cochina avaricia de amasar millones y millones!

Y ahora hablemos de dignidad. Hace unas semanas, también en Inglaterra, tras identificarse el ADN del último Plantagenet se le ofició un servicio religioso presidido por el arzobispo católico de Westminster, ya que esta era la religión que profesaba Ricardo III cuando perdió el caballo y la vida. Todo eso después de litigios sobre si los huesos se quedaban en Leicester o se iban a York. ¡Amor por los huesos!

El caso de santa de Ávila es un caso singular en toda Europa. Es, sin duda, la mejor escritora de una  época en que la mujer instruida es sospechosa (de ser puta, con perdón). No sorprende que tuviera problemas con la Inquisición, ya que  la tiranía del patriarcado controlaba los márgenes por donde discurría la vida  ordenada de las mujeres, obligándolas a permanecer castas, silenciosas y obedientes, es decir, pasivas. Uno al recordar a santa Teresa entiende lo de casta, pero ahí acaba su acatamiento al dictado patriarcal. En fin, una mujer de casta española,  canonizada en 1622.

Y por último, el centenario del nacimiento de Orson Welles, y el cincuenta aniversario de Campanadas a medianoche, el único guión cinematográfico que he leído en mi vida. Shakespeare se lo puso fácil a Welles. Recuerdo cómo lloré en mi adolescencia cuando al final de la película el ya rey Enrique V le dice a su compañero de juergas: “I know thee not, old man”. Terrible. Las cosas que hemos visto.

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