El Rey y el arquitecto
La Columna - (miércoles, 19 de diciembre de 2018)
En España hay dos personas legalmente inviolables: el Rey y Santiago Calatrava. El monarca disfruta de esta condición por derechos dinásticos y porque así lo recoge la Constitución Española. El arquitecto ha accedido a este mayestático estatus por méritos propios, por su legendaria capacidad para desentenderse de cualquier responsabilidad respecto a los innumerables fallos técnicos que suelen presentar sus obras.
La Llotja de Sant Jordi lleva 23 años atormentando a los alcoyanos con sus goteras. Nuestros ayuntamientos se han gastado fortunas intentando solucionar un problema irresoluble, que se manifiesta puntualmente cada vez que llueve con cierta intensidad. Si la espectacular sala subterránea de la plaza de España fuera una nevera o una lavadora, el obligatorio periodo de garantía habría sido asumido por Calatrava, que habría pagado de su bolsillo las reparaciones hasta dejar zanjada de forma definitiva esta puñetera avería. Hay que señalar, sin embargo, que por alguna razón inexplicable las normativas que se aplican a los electrodomésticos no rigen para las grandes obras públicas, aunque éstas le hayan costado al contribuyente más de mil millones de pesetas de las del año 1995.
Hasta la fecha se ha capeado el temporal (perdonen el chiste fácil) con buena voluntad y con chapuzas. Cada vez que se organizaba una exposición o un evento, los promotores hacían rogativas para que no lloviera. En caso de chaparrón se recurría a remedios tan clásicos como efectivos: los cubos de agua, las fregonas y los plásticos para tapar los cuadros.
El último incidente de este tipo, registrado la pasada semana durante una inauguración, ha hecho que el Ayuntamiento se plantee la pregunta inevitable: ¿Qué demonios hacemos con la Llotja?. Sólo hay dos opciones para responder a este interrogante y las dos son traumáticas. La primera es dejar las cosas como están, arriesgándose a hacer el ridículo cada vez que llueva o a pagar una millonada por los daños acuáticos sufridos por alguna obra de arte especialmente valiosa. La segunda es cerrar a cal y canto este espacio cultural, olvidándose de él hasta que no se encuentre una solución milagrosa para las filtraciones. Como habrán podido comprobar ninguna de estas dos alternativas pasa por pedirle cuentas al responsable del desastre. Calatrava sigue a lo suyo, por encima del bien y del mal. Como un rey.