La opinión de los profesores
En nuestro sistema educativo no es habitual que la administración les pida a los profesores la opinión sobre nada que les compete. Los docentes ven impertérritos cómo unas leyes educativas reemplazan a otras y cómo cada partido gobernante intenta imponer la suya sin atender a razones, y lo de menos son los consensos y los pactos que las pudieran hacer más participativas y perdurables. Ya vimos lo que sucedió al ministro Ángel Gabilondo (2009-2011), con toda su buena voluntad, en su intento de alcanzar el pacto educativo y aprobar también el estatuto del profesorado. Suponemos que las ideas recogidas en el Libro Blanco de la Función Básica Docente que el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, ha encargado al profesor José Antonio Marina se pondrán en manos del partido político que gane las elecciones generales que celebraremos en menos de un mes, y no tengamos que volver a empezar con otro Libro Blanco para otro(s) partido(s). Visto lo acontecido desde la Ley General de 1970, tampoco sorprendería a nadie que, transcurridos otros cuatro años, como ha sucedido ahora, continuemos considerando el pacto educativo y el estatuto del profesorado como puras entelequias inalcanzables.
Ante esta situación, es de suponer que estos días los claustros de profesores estarán debatiendo propuestas para que el filósofo y pedagogo Marina las pueda incluir en ese Libro Blanco, ya que el tiempo se acaba. En nuestra anterior colaboración proponíamos una serie de medidas para cambiar el statu quo actual, pero no decíamos nada de los sindicatos, y merece la pena hacerlo. Los sindicatos docentes han estado en contra de crear diferencias entre los profesores y siempre se han mostrado partidarios del cuerpo único y del salario único —a igual trabajo, igual salario—, y les encantaría que todos los salarios fueran exactamente iguales sin tener en cuenta, por ejemplo, factores como la especial dedicación de aquellos profesores que trabajan en centros de riesgo especial o en zonas desfavorecidas social y económicamente. Los sindicatos tampoco son partidarios de los rankings de centros, sea cual sea el portfolio de estos y su implicación en proyectos que redunden en la mejora de los centros y, en última instancia, de los alumnos. Imagino que no estarán en contra del MIR educativo.
Le deseo suerte al profesor Marina con sus propuestas para un cuerpo tradicionalmente corporativista que entiende que la superación de procesos selectivos (oposiciones) imprime carácter perenne (como los sacramentos), sin necesidad de ningún tipo de intervención externa que refrende la idoneidad de aquel acto anterior (¿conocen ustedes algún caso en que la inspección educativa haya entrado en conflicto con lo que un día un tribunal de oposiciones decidió dar por legítimo?).
La filosofía de que el soldado raso ha de cobrar lo mismo que el general no se sostiene; es demagógica. Alegaremos que el soldado es el que empuña el fusil, entabla el combate, y se enfrenta al enemigo; es cierto, pero el general es quien ha planificado la batalla, la estrategia más pertinente, así como los medios adecuados para alcanzar el objetivo. La responsabilidad no es la misma. Entre el soldado y el general existe una miríada de puestos con diferente responsabilidad. Tampoco debe ser la misma para el profesor recién llegado que para el que lleva varios años trabajando, si además este último ha sido observado periódicamente por compañeros, grabado por cámaras con el fin de mejorar, defendido su proyecto en entrevistas y corroborada su actuación en la práctica, con el fin de averiguar finalmente si en el aula tiene lugar el milagro del acto docente (cada vez más difícil) y la consiguiente consustanciación con el aprendizaje. Todo ese proceso necesita mucha observación —cuantos más ojos, mejor— para garantizar así que el profesor es capaz de motivar y de contagiar en los alumnos la curiosidad por aprender. El portfolio del profesor, de este modo, se enriquece a lo largo de la vida, ya que va incorporando estrategias inimaginables en el momento en que se incorporó a su tarea docente. No se trata de perseguir a nadie; se trata de ir perdiendo el miedo a ser observado y evaluado, que es el único camino para mejorar a lo largo de la vida.
Y, por supuesto, todo sistema de evaluación del profesorado supone una adecuada financiación, elemento este a tener muy en cuenta, y que no se puede dejar en manos de la buena voluntad del colectivo, máxime cuando este ha sufrido, como muchos otros colectivos, recortes en las pagas extraordinarias, pérdida de poder adquisitivo, congelaciones salariales de facto y clausura de CEFIRES, aquellos lugares donde los profesores, libremente, acudían a actualizarse y a formarse permanentemente para hacer frente a los retos que la sociedad y las nuevas generaciones demandan.