Ocurrencias
Como les sucede a los políticos, todos tenemos ocurrencias. ¿Quién no se acuerda de las de Font de Mora en el pasado y las de Wert en el presente? Yo estaba fuera de España cuando lo del caloret ritabarberiano. No tengo whatsapp ni otras moderneces tecnológicas superfluas, así que se me escapa cualquier suceso que no tenga repercusión en la prensa, mayormente escrita. Vayamos al grano: mi propuesta para acabar con las desfachateces, burlas y faltas de respeto por parte de los políticos en lo que a las lenguas autóctonas se refiere es la que sigue a continuación.
En las próximas legislaturas local, autonómica y nacional se debería presentar una proposición de ley al amparo de lo regulado en el art. 87.3 de nuestra Constitución, es decir, lo que se llama “iniciativa legislativa popular”. Bromas aparte, en el futuro y para dar ejemplo, se debería exigir a los políticos locales el certificado de la Junta Qualificadora de conocimientos elementales de valenciano; a los autonómicos, el “certificat mitjà”, y a los nacionales, el superior. Ya está bien de que tengan un machaca para que les hagan los deberes lingüísticos. Quienes aspiren a representarnos en el Parlamento europeo deberán, además, presentar como requisito previo el diploma de inglés de la EOI. De este modo acabaremos con la lamentable imagen de presidentes del gobierno que balbucean cuatro palabras en inglés y se atreven a negociar con las diferentes instituciones europeas.
Aprovecho, no obstante, la ocasión para felicitar a la alcaldesa de Valencia, con unos meses de antelación, por su nuevo triunfo en las elecciones que aún no se han celebrado. Las meteduras de pata sirven a algunos políticos para aumentar votos. Así es la vida que entre todos hemos diseñado.
La segunda propuesta tiene que ver con el famoso informe de PISA. De todos es conocida nuestra discreta actuación en ese tipo de eventos internacionales. La Comunidad Valenciana, por los motivos que nuestros dirigentes deben de saber y nos ocultan, no ha participado hasta la fecha en esos concursos y siempre ha optado por las ligas regionales, que resultan menos visibles y llamativas, sobre todo cuando los resultados son más bien modestos. Mi propuesta es que en vez de evaluar a los alumnos, en el futuro se evalúe a los profesores. Personalmente le haré llegar mi propuesta, no a través de las autoridades educativas (nunca llegaría el mensaje), sino directamente al director del programa PISA de la OCDE, el alemán Andreas Schleicher.
Lamento sinceramente las molestias que pueda ocasionar la anterior propuesta a los dirigentes del programa, ya que las siglas, por motivos obvios, tendrían que cambiarse por PITA (teachers en vez de students). Vamos a ver si de este modo pitamos o no pitamos. El verbo “pitar”, claro está, con la acepción coloquial de “funcionar, o dar el resultado esperado”. A mí no deja de sorprenderme que en el Reino Unido, desde que el mundo es mundo, los profesores sufran continuas observaciones (internas y externas), seguidas de los preceptivos informes con el fin de corregir desajustes y mejorar el rendimiento del sistema. Aquí, por el contrario, seguimos aferrados a estadísticas estúpidas del tipo “número de alumnos de PIP y PEV que utilizan el transporte escolar” (perdonen que siempre ponga el mismo ejemplo).
La tercera propuesta tiene que ver con la libertad en su sentido más amplio. Mi padre tuvo que empuñar las armas en su adolescencia, aguantó todo el franquismo y cuando llegó la democracia y vio algunos desmanes de la Transición, llegó a la conclusión de que la democracia consistía en hacer lo que a cada uno lo que le viniera en gana sin que nadie se metiera con él. Yo entendía perfectamente lo que mi padre quería decir. Por lo que a mí respecta, tuve más suerte: a los diez años aprendí en la escuela unitaria la definición de convivencia (“vivir unos con otros en armonía y comunicación”). Y luego la fui ajustando a la realidad hasta nuestros días.
Quien me siga, se habrá apercibido de que soy una persona sensibilizada por el hecho religioso. Propugno la libertad de creencias, cultos y otras manifestaciones, fruto de la tradición. Pero me temo que, en los tiempos que corren, todo esto no sean más que ocurrencias, y la inmensa mayoría haya olvidado que la cultura es un constructo moderno que da cabida a muchos elementos, entre los que se encuentran las creencias. Evidentemente, todo esto, pasado por el tamiz del respeto, se va aprendiendo en casa y, sobre todo, en la escuela. Eso sí, con cierta dosis de paciencia y nada de improvisación.
Si no se aprende el respeto hacia las diversas creencias, tradiciones, valores y símbolos que compartimos, más pronto que tarde asistiremos al éxito de la cultura talibán, que excluye todo punto de vista que no se amolda al de uno, que en cierto modo se asemeja al de los ateos por su relación hostil y de desprecio hacia los creyentes.